La evaluación debe ser asumida como un proceso sistemático de recogida de datos, incorporado al sistema general del quehacer educativo, que permite obtener información válida y fiable para formar juicios de valor acerca del estado de avance del logro de los objetivos.
Es decir, la recopilación de información respecto del desempeño no puede ser algo ocasional, emergente, que se aplica cuando vislumbramos alguna dificultad. Debe ser algo planificado, programado, de manera que no aparezca como una sorpresa para el evaluado y menos aún que quede la sensación que se está tratando de “pillarlo”.

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